OTRAS VACACIONES EN DIÁLISIS
Posted by Alejandro Marticorena en domingo, 6 febrero, 2011
Afortunadamente pude tomarme unos días de vacaciones en mi ciudad natal, San Carlos de Bariloche, adonde aproveché para visitar unos días a mi padre, quien vive allá desde 1984, y acompañarlo en su cumpleaños número 80 junto a mi hijo, que viajó conmigo. Como para arrancar el post, me pareció mejor poner como imagen principal la que se ve acá al costado, una foto que saqué desde la confitería giratoria de la cumbre del Cerro Otto, a unos 5 kilómetros del centro de Bariloche. Más entretenida que las del centro de diálisis que se verán más abajo, ¿no?
Obviamente, la diálisis es una realidad que lo acompaña a uno haga lo que haga y esté donde esté, de manera que –como sucede siempre durante las vacaciones– tuve que prever esta cuestión antes de viajar. Y me pasó algo por lo que hubiera apostado, aunque no lo hice. Antes de viajar a Bariloche estaba seguro de que, estando allá, me llamarían para un trasplante. Y así pasó: al día siguiente de llegar recibí la llamada del doctor César Bombelli, del Hospital Italiano (a quien conocí en el centro de diálisis del Hospital Alemán, ya que él estuvo como médico de turno un tiempo) diciéndome que estaba en operativo de trasplante. Obviamente, en el momento decidí que no: prioricé estar con mi hijo, vivir los 9 días en Bariloche juntos, un viaje con el que habíamos soñado durante 3 meses. Amén, claro, de que el propio Bombelli admitió que tampoco hubiera sido conveniente que viajara ya que el tiempo de isquemia terminaría siendo demasiado extenso: muy cercano (o superior) a las 24 horas.
Evidentemente, no tenía que ser en ese momento. Ya será, y tengo una fe ciega que será este año. Que conste en actas (sigue).
Volviendo a la diálisis, supuse que me tocaría el centro del Sanatorio San Carlos, como hace tres años (la última vez que estuve allá). Pero no. Seguramente por esas cosas de las obras sociales, los contratos y (siempre) los factores económicos, esta vez me tocó el centro de diálisis Diaverum Bariloche.
Ubicado algo más lejos del centro de la ciudad que el anterior –Diaverum está en la calle Fagnano al 900, cerca de la esquina con Onelli– es bastante más grande. Es más, en este caso sí puede decirse que es un «centro de diálisis» con todas las letras, ya que en el Sanatorio San Carlos más que un centro de diálisis era simplemente una sala. Y bastante pequeña: recuerdo que sólo tenía cuatro sillones. Habían acondicionado una sala pequeña, y ahí suministraban el tratamiento con las mismas máquinas que conozco desde que comencé el tratamiento: las máquinas Fresenius 4008 (en sus versiones B o S).
Diaverum, en cambio, tiene lugar para 16 pacientes, distribuidos en cuatro filas de cuatro sillones (no usan camillas tipo reposera, como en el Hospital Alemán). Voy a comentar lo que me pareció bueno de Diaverum, y lo que no me pareció tan bueno.
Lo bueno
Lo positivo, por empezar, fue en términos generales la atención y el trato por parte del personal médico y de enfermería. También tengo que decir que el refrigerio me pareció piola. Mejor, incluso que el del Hospital Alemán. Mientras que en éste te dan por defecto un sandwich (excepto que uno pida expresamente dos: en mi caso aquí ya saben que mi modalidad es siempre ésa) en Diaverum te dan dos, de jamón y queso como en el Alemán pero con más de una feta de jamón y una de queso: en eso son más generosos. Y hasta el pan me pareció más rico. Si bien acá en Buenos Aires uno puede elegir entre el pebete y el pan francés, el de Bariloche, si bien la única opción era figazza, era realmente más sabroso. Y es más: hasta me parece que le ponían algo de mayonesa.
La bebida, al parecer, no ofrecía alternativas. Excepto, claro, que la hubiera y yo no me haya enterado: si así fue, no me la ofrecieron. Los dos sándwiches venían acompañados por un vaso de té, y más chico que el que me dan en el Alemán.
Otro factor que veo como positivo es el tamaño de la sala. Más grande que la que utilizo acá en Buenos Aires, favorecía un mejor espacio entre pacientes y filas. Había, también, dos televisores por fila (acá en Buenos Aires hay sólo uno, aunque la cantidad de pacientes por fila es la misma). Y un detalle no menor (al menos para nosotros los pacientes) es la cuestión de la vista: el fondo de la sala daba a un contrafrente que era un jardín de un tercio del largo del edificio –yo le calculé unos 10 metros– con pasto y flores, y un paredón que, sin embargo, no ocultaba unos árboles que crecen detrás. Y el cielo, por supuesto, que se dejaba ver bastante bien, máxime si a uno le tocaba cerca del ventanal, como me sucedió.
Sobre las máquinas no puedo decir mucho ya que desconozco sobre el tema: sí puedo decir que eran marca Gambro. Su aspecto, en mi opinión, no ayudaba. Sinceramente, y amén de que esto puede parecer muy subjetivo, parecían bastante berretas (de baja calidad) comparadas con las Fresenius 4008 S, dotadas con pantalla táctil y unas alarmas bastante más amigables que el antipático chillido de las Gambro, que me hicieron fantasear más de una vez con acallarlas revoleándoles la laptop desde la que escribo este post.
Para más datos sobre las máquinas y los filtros se pueden consultar las fotos que les dejo en estos párrafos, que seguramente añadirán mucha más información que la que pueda dejar yo.
Y lo no tan bueno
Uno tiende automáticamente a creer que la salud de uno y el tratamiento es la prioridad para los enfermeros y, más aún, para los médicos. Pero hubo algo que me pasó en Diaverum Bariloche que me hizo dudar de que esto sea siempre así.
En una de las cuatro sesiones que hice allá llegué algo tarde. Por nada en particular: simplemente me distraje hablando con mi padre mientras tomábamos un café en su casa. Por lo tanto, entre una cosa y otra me terminaron conectando pasados 10 minutos de las 18:00, que supuestamente era el horario de conexión allá. De paso, y entre paréntesis, valga la acotación de que otro punto negativo fue que, entre todos los turnos posibles, me asignaron el peor, al menos para estar en vacaciones: martes, jueves y sábados de 18:00 a 22:30 (hago cuatro horas y media por sesión).
Lo que me generó esa duda que mencioné fue que en un momento quise chequear con Pato, la técnica que me atendía, si había seteado la máquina en cuatro horas y media: no sería la primera vez que un técnico olvida chequear el tiempo de sesión que tengo prescripto y asume, erróneamente, que hago las 4 horas de la mayoría de los pacientes. Justo pasaba el médico de turno, quien al escuchar la consulta se acercó y me aclaró que esa vez yo haría sólo 4 horas 20 minutos, «porque llegaste 10 minutos después del horario de conexión«.
«O sea –pensé luego– que más vale que no tenga un problema que me haga llegar una hora y media tarde porque entonces me dan una sesión una hora y media más corta que la que me corresponde«. Si bien esa sesión finalmente me dieron las 4 horas y media correspondientes, sinceramente no me gustó el manejo. Si fue una manera indirecta de «retarme» por llegar tarde y generarme conciencia de la importancia de llegar a horario, bueno: creo que hay otras maneras de lograr lo mismo. Y si es práctica habitual en ese centro descontar los minutos (u horas, quién sabe) de llegada tarde de un paciente porque se trata del último turno y todos quieren irse pronto a casa… bueno lo lamento mucho: estamos hablando de un tratamiento médico que influye en la salud de la gente, no de un spa o un natatorio con horarios de atención.
Si el problema es no estirar el horario de finalización de los turnos para que no se haga tarde, mi sugerencia ante eso es que a quienes no les gusta esa dinámica piensen en trabajar en otro lado. Si una persona tiene prescriptas cuatro horas de diálisis, o cuatro y media o cinco, existen razones de orden médico para que así sea, y cualquier disminución en el tiempo de diálisis influye negativamente en la salud del paciente. Y no me parece que cualquier motivo, sea de orden organizativo o personal, pueda estar por encima de eso.
Insisto: es necesaria la colaboración del paciente para que los horarios sean los estipulados, porque de lo contrario el peligro sería caer en la tiranía del paciente, a cuyo alrededor deberían girar los horarios de centros de diálisis y técnicos, y tampoco es la idea. Pero me parece que la responsabilidad debería ser compartida: tanto de los centros de diálisis y sus profesionales, suministrando las diálisis en tiempo y forma, como de los pacientes, ajustándose a los horarios correspondientes.
Dicho esto, también debo decir que a la sesión siguiente estuve, cual estaca, clavado a las 17:30 en la sala de espera de Diaverum Bariloche, no fuera que me descontaran minutos por llegar tarde. Pero por esas cosas del destino, los que se atrasaron esa vez fueron ellos. A las 18:00, horario en que deberían estar conectándonos, estábamos todavía en la sala de espera, haciéndole honor a su nombre. Terminaron conectándome pasadas las 18:15. Eso sí: me mantuvieron las 4 horas y media de sesión.
Un traslado (demasiado) veloz
Otro punto en contra, aunque no tanto de Diaverum, sino más del «servicio» de traslados (del que Diaverum es responsable, después de todo), era el chofer. Apodado –o apellidado, no sé– «Capacho», el tipo tenía acceso libre a la sala, y a eso de las 22:15, cuando la mayoría de los pacientes estaban siendo desconectados, el tipo estaba parado en el sector de los enfermeros mirando atentamente a los pacientes a los que tenía que llevar.
Pero en mi caso no fue eso lo que me molestó. De hecho, a veces en el Alemán los choferes se asoman a la sala para averiguar si a fulano o a mengano les falta mucho para salir. Esto, claro, dejando de lado la cuestión de las condiciones de asepsia necesarias en una sala de diálisis, donde se manipula sangre y donde existen más riesgos de contagio para los pacientes –sobre todo los que utilizan catéter– que para los que vienen de afuera. No, lo que me jodió fue que en la tercera sesión de diálisis el tipo tenía que llevarme de vuelta (las dos anteriores me fui por mis medios, porque así lo decidí) y claro: al ser mi sesión de 4 horas y media, mi horario de desconexión es a las 22:30, media hora más tarde que el del resto. Y tomando en cuenta el tiempo necesario para que el enfermero saque las agujas, coloque las gasas, la cinta adhesiva, pesarme, colocarme el calzado, guardar la laptop, los cables, etcétera, se termina pasando media hora más.
Así que ahí estaba el tal Capacho, parado en el sector de los enfermeros, mirándome fijamente como si dijera «a ver si te apurás que me quiero ir a casa, flaco«. Frase imaginaria, claro, porque jamás me dijo nada, pero a la que yo mismo respondía mentalmente «vas a tener que esperarme todo lo que me tengas que esperar y si no te gusta vas a tener que cambiar de trabajo, gordo«.
Apenas pasadas las once estábamos saliendo del centro de diálisis. Para ir hasta lo de mi viejo desde ahí hay dos alternativas: ir por la avenida Ezequiel Bustillo (un camino sinuoso que va bordeando el lago Nahuel Huapi) o la avenida Pioneros, un camino tan o más sinuoso que el anterior, sólo que construído sobre la falda del Cerro Otto, a unas 10 cuadras hacia arriba desde la avenida Bustillo. De hecho, la casa de mi viejo está en el kilómetro 4,7 de Pioneros, con lo que lo más práctico agarrar esa avenida desde el centro.
Todo fue normal hasta que agarramos Pioneros. Ni bien la calle se transforma en una ruta (sinuosa, como ya dije) este tal Capacho, visiblemente apurado, levantó a una velocidad que yo calculo en unos 110 o quizás 120 kilómetros por hora, disminuyendo un poco, eso sí, en las curvas. Les juro que no exagero: yo manejo ininterrumpidamente hace 12 años y sé calcular velocidades, incluso en caminos de montaña porque varias veces fui a Bariloche manejando mi propio auto y sé cómo es la cosa allá. ¿Alguna vez fueron por un camino montañoso a 120 por hora? Es una experiencia vertiginosa si las hay, no lo duden.
Quizás Capacho quería llegar rápido a su casa para ver el partido (la radio del auto estaba encendida y se escuchaba el relato de un partido de fútbol) y después de mí el tipo tenía que llevar a dos pacientes más. Pero bajo mi punto de vista no se puede manejar como si se estuvieran transportando bolsas de cemento. Y ni aún así, porque el riesgo de chocar no sólo es sobre uno mismo y sus acompañantes: en un choque puede morir gente de otro u otros autos que no tienen la culpa de nuestras imprudencias.
De manera que desde Fagnano y Onelli (a 10 cuadras de la costa, y cerca del extremo de Bariloche opuesto a donde yo iba) hasta el kilómetro 4,7 de la avenida Pioneros Capacho le puso (sin joda) unos 8 minutos. Todo un récord, si se quiere.
A la hora de señalar defectos o cosas que exigen un cambio urgente no soy de los que se gastan en hablar con el enano del circo: más bien busco al dueño, o al menos a algún responsable. Así que a la vez siguiente (la última sesión) hablé con el médico de turno y le conté la vertiginosa experiencia vivida con este tal Capacho. Me agradeció el dato, y me prometió que lo hablaría, para evitar que el episodio se repita. Poco antes del final de la sesión, se acercó para decirme que ya lo había hablado. Y debe haber sido así, ya que pocos minutos después, Capacho me llevaba a casa a una velocidad notoriamente inferior.
Conclusión
Todo es perfectible, e ironía más o menos deslizada en este post mi conclusión es que el servicio de Diaverum Bariloche no es malo, aunque bien podría perfeccionar algunas cosas. Nada grave, creo yo, y sencillamente espero que las menciones hechas acá sean una contribución. Por lo demás no tengo más que agradecimiento para todo el personal de Diaverum. Después de todo, gracias a la existencia de ese centro pude viajar. De lo contrario (esto no hay que perderlo de vista) hubiera debido quedarme acá en Buenos Aires.
Lo que en todo caso me queda como experiencia es que uno como paciente tiene que estar medianamente habituado a controlar cómo se hacen las cosas a nuestro alrededor. Creo que nadie nos cuidará como nos cuidemos nosotros mismos, y cualquier cosa que veamos que no nos convenza, que nos genere dudas, preguntas o sospechas debemos plantearlas con la autoridad del centro de diálisis que corresponda.
Siempre con altura y desde el respeto hacia el otro, claro. Creo que todos debemos partir del supuesto de que nadie en un centro de diálisis, a menos que se demuestre lo contrario, hace las cosas como las hace para jodernos la vida. Pero no debemos quedarnos callados ante las cosas que no nos gusten o nos parezcan erróneas.
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luis Miguel Dominguez said
lo he ojedado por encima pero creo que esta muy interesante, y tiene muchos enlaces donde entrar.deberiamos estar más informados, un saludo y poco a poco.
Marisol said
Hola Alejandro, gracias por el relato de tu experiencia en Bariloche. La idea de relatar nuestras experiencias es muy buena.
Mi marido también se dializa desde hace un poco más de un año y éstas vacaciones optamos por ir a San Rafael, Mendoza.
Fresenius se tomó casi medio año en contestarnos finalmente que no disponía de lugar para recibir a mi marido ( tres semanas antes de irnos ya con todo reservado!!), por o que me comunico con EL HOSPITAL ESPAÑOL DEL SUR MENDOCINO que también tiene el servicio y ellos me confirman un lugar. La licenciada LUNA MARIA,quien se ocupa de la parte administrativa en el hospital, me ayudó muchísimo con los trámites y le estoy muy agradecida a ella y a todo el equipo del centro.
La atención, excelente. Las máquinas GAMBRO también pero muy bien mantenidas. La asepsia del lugar impecable. El desayuno, té con tres o cuatro medialunas (muy ricas según mi marido)
Nos tocó el turno turista,de 4.30 am a 8.30… tempranito pero quedaba el resto del día para que mi marido se recupere y podamos disfrutar de la bella San Rafael.
Conclusión: si bien las máquinas eran más antiguas, nos atendieron de maravillas.Altamente recomendable.
GRACIAS TOTALES AL EQUIPO DE DIALISIS DEL HOSPITAL ESPAÑOL
Marisol Cancinos
VICENTE LORICCHIO said
POR SUERTE PUDE IR UNOS DIAS A LA FALDA, HACIA DOS AÑOS QUE NO SALIAMOS , POR HABER TENIDO PROBLEMA CON LAS DIALISIS AMBULATORIAS, PERO ESTA VEZ POR SUERTE, ME DIALISE EN UNIDAD RENAL SOL, ME FUE MUY BIEN, TRATO AMENO,EN GENERAL DE TODOS,BUENA ATENCION. RECOMENDABLE.
Joe said
Que tal Alejandro, me parece muy clara tu exposición y concuerdo contigo, a veces es muy importante ponerse en los zapatos de toda la gente para comprender las sensaciones que cada uno de nosotros tenemos.
Me da gusto que te hayas podido ir de vacaciones y estoy seguro que ademas disfrutaste mucho el hecho de estar con tu padre y con tu hijo…»TRES GENERACIONES» viviendo, disfrutando, amandose…
Felicidades !!
evelyn said
Hola me llamo evelyn soy de Peru,ya llevo 8 años en dialisis sabes me encanto leer tu experiencia que bonita anecdota, te contare que yo el año pasado en el mes de agosto me aventure y me fui para tu pais, que por cierto es muy linda, tome la desicion y me fui, estube 13 dias me fui a ver a mi novio era tanto tiempo que no lo veia asi que me anime y parti,pues recibi dos dialisis ahi, en Buenos Aires, creo que la clinica era Fresenius, recuerdo que quedava en la calle Dian Funes algo asi nunca olvidare el trato excelente, la doctora, el personal muy lindos, me quede fasinada que me encantaria volver.me encantaria estar en contacto y compartir experiencias y un beso y un abrazo a la distancia..hasta pronto
María moreno said
Interesante post, mucha información sobre el centro y muy útil para plantearse si ir o no. Sobre la cuestión de reducir diez minutos la sesión por llegar tarde, mi opinión es que a lo mejor fueron un poco estrictos si era la primera vez que acudías tarde a la sesión, pero como personal de enfermería de un centro de diálisis estoy segura de que si el motivo de tu tardanza hubiera sido de gravedad no habrían actuado así pero debes entender que un trabajador ni la empresa para la que trabaja puede alterar los horarios porque los pacientes no acudan puntuales por estar charlando. Un saludo.
Alejandro Marticorena said
María, quepa la aclaración de que jamás se me preguntó por qué llegué tarde. Es más, si yo no preguntaba en cuánto habían seteado la máquina y el médico de turno no pasaba por ahí justo en ese momento, ni siquiera me enteraba de que la idea era descontarme 10 minutos de sesión por llegar tarde. A eso me refiero cuando digo que hay otras formas de lograr que el paciente sea responsable con el manejo horario: yo sé que estuve mal, pero ellos también en cómo manejaron la situación. Lo sigo sosteniendo.
Gabby Flores said
hola exelente
que chevere que hayas pasado tiempo con tu papi
lo del centro aca en Ecuador me pasaba algo similar con los tecnicos a la hora de la desconección si habías llegado tarde que pena se descontaba de tu horario, lo lamentable que el indice de mortalidad en ese centro es muy alto. Yo decidí cambiarme a otro donde si bien el refrigerio no es muy bueno jajaj tu vida está más segura.
espero que estés bien que el Señor te bendiga y puedas seguir compartiendo con nosotros tus experiencias
Alejandro Marticorena said
Hola Gabby. Bueno, creo que los pacientes también tenemos una cuota de responsabilidad si no hablamos estas cosas. La irresponsabilidad (o la criminalidad) médica tiene su mejor aliado en el silencio de los pacientes, cuando existe.
Un beso, gracias por comentar.
Alejandro.
isabel estrada said
Muy bueno tu relato,Alejandro….¡qué bién narras¡ parece que lo veo;además me recuerda a mi hija que hace unos 5 años fué a Bariloche,ella fué en invierno.
también me da gusto que te encuentres bién,mi esposo ha estado estable,él se dializa peritonealmente por medio de una maquinita que nos dió su servicio médico,ésto es por las noches.
Antes lo hacía yo de manera manual cada 4 horas,bastante esclavizante.
por ahora contamos con más libertad,aunque no nos hemos animado a salir de la ciudad (¡ya lo extraño¡).
El 19 de enero cumplió un año de diálisis.
Por ahora también encontré apoyo en un foro de Mieloma Múltiple,pues esa enfermedad es lo que condujo a mi marido a la IRC.
El MM es un cáncer de la médula ósea,y al liberarse proteínas muy pequeñas a la sangre,éstas paulatinamente dañan a los riñones.
no a todos los pacientes de MM desarrollan IRC.
Bueno ,me da gusto estar nuevamente en contacto con diario de diálisis,te envío un abrazo Alejandro y mucho éxito para lo del transplante.
isabel estrada