Diario de diálisis

Crónicas, reflexiones y sentimientos de un paciente que comenzó un tratamiento de diálisis

LA DIÁLISIS DURANTE LAS VACACIONES (CON FOTOS)

Posted by Alejandro Marticorena en viernes, 16 febrero, 2007

Fue sólo una semana en Gualeguaychú lo que pasé fuera de Buenos Aires. Y, como llegué un domingo y me fui un domingo, tuve sólo tres sesiones allí, en el Centro de Diálisis de Fresenius de esa ciudad. Lunes, miércoles y viernes, en un horario que me parece ideal, más allá del necesario madrugón: de 6:00 a 10:00 de la mañana.

Como es de suponer, el clima general que viví en la sala estaba en línea con lo que se vive normalmente en cualquier pueblo o ciudad chica. Se nota la distensión, se nota otra manera de relacionarse que tiene la gente, más desenfado, mayor sencillez que aquí…

La sala, además, era algo más chica (no mucho) que la del Hospital Alemán. Tenía la forma de un rectángulo alargado, casi como si fuese un pasillo de unos 4 metros de ancho y unos 20 de largo. Entrando a esa sala, sobre la pared izquierda, podía verse una fila de siete sillones, cada uno con su correspondiente dializador y, del lado derecho, tres sillones más, en un sector donde ese virtual pasillo se ensanchaba generando casi una «habitación» separada por una gruesa columna del resto de la sala. Luego me enteraría, según lo que me dijeron aquí en Buenos Aires, de que allí dializan a las personas con serología positiva en hepatitis. El Hospital Alemán tiene, directamente, dos salas aisladas , más pequeñas, para estos casos.

Similitudes y diferencias

Por supuesto que ésas no eran las únicas diferencias con el centro de diálisis del Hospital Alemán.

Por empezar, el color de las paredes. Mientras aquí son de un color amarillo suave en el sector de camillas y un rojo oscuro en el de enfermería, allá predominaban los tonos grises, con una ancha franja pintada en un verde grisáceo francamente espantoso.

Luego, lo que llaman «colación», una suerte de refrigerio que, supongo, variará mucho según de qué centro de diálisis se trate y cuál sea el turno de las sesiones. Mientras que en el Alemán, en el turno de la tarde (12:00 a 16:00) nos dan un sándwich de pan francés (o pebete) con una feta de jamón crudo y una de queso con un vaso de bebida (café, te o mate cocido, solos o con leche, o jugo de naranja), en Gualeguaychú el menú era diferente, más en línea con lo que se supone que es un desayuno.

Recuerdo que en la primera sesión y la última, la del lunes y la del viernes, me sorprendieron con dos vasos chicos de café con leche y cinco medialunas… chicas también, aunque sabrosísimas. Convengamos que era un desayuno, por así decir, importante. Sin embargo, el miércoles algo pasó. O con la panadería proveedora, o con las medialunas. La cuestión es que en lugar de éstas nos trajeron unos panes redondos, medio hojaldrosos, y punto. Y los dos vasos de café con leche, claro.

Es cierto (para seguir con esta recurrencia a los refranes que al parecer traigo de mis vacaciones) que «cuando hay hambre no hay pan duro». En condiciones normales, probablemente ni los hubiese probado. Pero en esas condiciones, siendo las 7 y media de la mañana y con una ostensible languidez de estómago, como suele sucederme cuando amanezco, no sólo engullí gustoso ese alimento elemental y milenario, sino que además me pareció riquísimo.

Más diferencias: en Gualeguaychú no usan los lazos plásticos con que se busca sostener las dos gasitas que impiden una hemorragia inmediatamente después de la desconexión y que las aprietan fuertemente contra el brazo. Allá me tuve que sostener yo mismo durante los cinco primeros minutos hasta que la técnica que me había tocado en suerte volvía y me colocaba una vuelta entera de cinta adhesiva al brazo sobre cada gasa. Es que soy bastante peludo, y la cinta se me despega si no rodean el brazo completo.

De hecho, al final de la segunda sesión tuve un pequeño «accidente». Fernanda, la técnica, evidentemente colocó poca cinta o la puso floja. El hecho es que, mientras acomodaba en la bolsa de nylon con el brazo derecho las cosas que había llevado (un libro, la radio, los auriculares, mi historia clínica), debajo de una de las gasas en el otra brazo comenzó a fluir la sangre y a caer en gruesas y copiosas gotas sobre mi pantalón, que obviamente fue directo a la pileta de lavar ni bien llegué de vuelta al bungalow. Lo feo es que no me percaté de la hemorragia hasta varios segundos después. Y es algo impresionante ver la sangre saliendo, escapándose de uno de esa forma tras descubrir el pantalón «ametrallado» con gruesos gotones rojos…

¿Por qué en un centro usan lazos y en otro no? Creo que simplemente son diferencias de criterio. El último día le pregunté a una de las técnicas y me respondió que a ellas les enseñaron así porque de esa forma se previenen los riesgos de taponamientos en las fístulas. Bueno, al parecer en el Hospital Alemán no lo ven de ese modo…

Otra diferencia notoria: en Gualeguaychú no usan camillas, sino unos (cómodos) sillones, muy parecidos a los de los micros (ómnibus) de larga distancia, que ahora las empresas de transporte llaman «cama» o «semi cama», y que tienen una suerte de soporte para las piernas, de modo que uno puede reclinar el respaldo a la vez que levanta tal sostén y queda prácticamente horizontal. Y, además, esos sillones tenían, a cada costado y junto a los amplios apoyabrazos, unos estantecitos rebatibles, muy útiles para apoyar la «colación» o cualquier cosa que uno haya llevado (libro, radio, lentes, etcétera).

Por último, y entrando en el terreno de los detalles, en Gualeguaychú no usan cables con ficha de conexión para auriculares. Los cuatro televisores que había en la sala estaban con el audio activado, en un volumen apto para ese ámbito (y esa hora), y sintonizados religiosamente en el canal de noticias Crónica TV.

En cuanto a las similitudes, muchas. Las máquinas dializadoras, los filtros, las tuberías, todo exactamente igual que en el centro de diálisis de Buenos Aires. Idénticas eran también las rutinas de conexión y desconexión; la utilización de barbijos, viseras, camisolines y cofias para el tratamiento de los pacientes con catéter; el pesarse antes y después de cada sesión… aunque, claro: no sé por qué razón, en Gualeguaychú tomaban registro del peso con calzado y todo, mientras que aquí en Buenos Aires hay que, o sacárselo, o calcular su peso y restarlo de lo que marque la balanza. La pregunta es (the question is): ¿cómo se lleva un adecuado registro histórico si uno no va todas las sesiones con el mismo calzado y, ergo, con peso fluctuante?

No lo pregunté. Puede que sea obligatorio el uso de las mismas zapatillas o zapatos para todas las sesiones…

(Continúa en el siguiente post)

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Desde el sillón en que yo estaba se veía esto hacia mi izquierda. A lo lejos, y de frente, se alcanza a vislumbrar a Fernanda, alias «Pelusa», la técnica que me atendió. Se llegan a ver dos de los televisores, sintonizado (siempre) en Crónica TV.

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La «colación» de la segunda sesión, apoyada sobre una de las dos mesitas rebatibles que, a cada lado, tenían esos cómodos sillones. El segundo vaso de café con leche me lo trajeron después. A la izquierda, se alcanza a ver mi radio portátil.

2 respuestas to “LA DIÁLISIS DURANTE LAS VACACIONES (CON FOTOS)”

  1. Angel said

    Hola Alejandro
    veo que has disfrutado en tus vacaciones (tan necesarias siempre).

    Bueno, sigo leyendo y luego te comento más cosas.

    Saludos,
    Angel

  2. […] Por una cuestión de calendario, tuve una recidiva de este período durante mis vacaciones de principios de 2007 en la ciudad de Gualeguaychú: fueron mis primeras vacaciones en diálisis, y sobre esto también conté cosas aquí. […]

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