Diario de diálisis

Crónicas, reflexiones y sentimientos de un paciente que comenzó un tratamiento de diálisis

LOS RESULTADOS DE LA OPERACIÓN

Posted by Alejandro Marticorena en domingo, 22 octubre, 2006

Tal como lo prometí en algunas de las respuestas a los varios comentarios que me llegaron por estos días (gracias a todos por escribirme), relataré sintéticamente –o lo más sintéticamente que pueda– cómo fue la operación y los resultados que aparecen en primera instancia.

Como había explicado en el post anterior, lo que se me hizo es una nueva anastomosis, es decir, una nueva unión de una vena con una arteria. La anastomosis vascular, en los casos de pacientes en hemodiálisis, se realiza para que la vena que se utilizará para conectarla al dializador alcance el grosor necesario para que el caudal de sangre que circula por allí sea el óptimo en función de las sesiones de diálisis. A esta «vena engrosada artificialmente» se la llama «fístula».

Suele utilizarse el brazo para las fístulas. La clave de esto es que son las arterias las que llevan la sangre más «caudalosa», en tanto que las venas simplemente llevan la sangre «de regreso» en el circuito que ésta realiza en el cuerpo. Como generalmente son las venas las que están más cerca de la piel, la idea es que, conectando una arteria a una vena, ésta comience de pronto a recibir un caudal importante de sangre, y con una presión más importante aún. El efecto deseado, pasadas unas semanas, es que la vena se engrose al punto tal que permita, en primer lugar, ser punzada con las agujas que se utilizan en hemodiálisis (nada despreciables, véase, si no, el post «Cómo son las agujas«), y en segundo término, que la vena en cuestión tenga el caudal de sangre suficiente para que el circuito que se cerrará con el dializador y el filtro permita una diálisis acorde con los parámetros deseados.

En mi caso, la primera anastomosis me la hicieron el 27 de mayo de este año, un mes y medio antes de comenzar el tratamiento. El problema fue que, a pocos milímetros del sitio de la intervenciòn, se formó un angostamiento en la vena, o estenosis, que impedía un caudal ideal para que la vena continuara engrosándose hasta el diámetro que los nefrólogos buscaban.

De esta manera, y fistulografía mediante, decidieron que el mejor remedio era realizar una nueva anastomosis para evitar que la estenosis termine tapando la vena e imposibilitando las diálisis. La fistulografía, según «Medciclopedia – Diccionario Ilustrado de Términos Médicos«, es una «radiografía con medios de contraste del trayecto de una fístula». En mi caso, me inyectaron yodo radiactivo y, en una pantalla tipo TV, pudo verse claramente la vena recorriéndome el brazo, desde la muñeca (donde se vio claramente la estenosis o angostamiento) hasta el pecho.

Cómo fue la operación

Me operaron, tal como la primera vez, en el Sanatorio Güemes de la Ciudad de Buenos Aires. Tenía turno para el 19 de octubre a las 16:00, de modo que 15:30 estaba allí, firme como rulo de estatua. Pero, como suele pasar, me terminaron llamando una hora exacta más tarde. Así que a las 17:00 estábamos subiendo en los lúgubres ascensores metálicos del Güemes mi mujer, Lucía; un camillero (sin camilla) y yo hasta el segundo piso, donde están los quirófanos de ese sanatorio.

Me despedí de mi mujer con un afectuoso beso en la puerta del sector de quirófanos. Sentí, como debe sentir cualquiera en esa situación, que me despedía del mundo de los vivos en las puertas del purgatorio. En mi caso, si bien nunca se me escapó que se trataba de una operación menor, estaba de cualquier manera nervioso. La cosa era con quirófano, camisolín, cofia y esa suerte de escarpines de guata que le dan a uno como toda protección contra las frías baldosas del quirófano.

Me tuvieron un buen rato esperando: antes que yo, el mismo cirujano que me atendería a mí estaba operando a una mujer joven, a quien finalmente sacaron acostada en camilla y completamente consciente. En ese «entretiempo», me hicieron depositar toda mi ropa y efectos personales en una bolsa plástica transparente. Uno, sinceramente, no puede evitar todo tipo de fantasías necrológicas en esos momentos, así que será fácil, estimo, imaginar cuáles pudieron ser mis pensamientos mientras metía aplicadamente mis pertenencias (pantalones, remera, zapatillas, medias y reloj pulsera) dentro de la bolsa. La única excepción fueron los calzoncillos, que me permitieron conservar. No recuerdo si la primera vez fue igual: creo que no. En aquella oportunidad recuerdo una desnudez total, apenas cubierta por un camisolín que insistía en dejar mi trasero al descubierto. Quién sabe; quizás fue, simplemente, porque era «mi primera vez».

Calculo que a eso de las 17:40 (mi reloj estaba ya embolsado) me hicieron pasar al quirófano. Allí estaba el cirujano que me operaría y con quien ya había hablado en el Centro de Diálisis, el Doctor Antonelli; el anestesista y una asistente. Me hicieron recostar en la camilla que colocan debajo de esos imponentes reflectores utilizados en los quirófanos, e inmediatamente, cirujano del lado izquierdo, y anestesista del derecho, se abocaron a rasurarme la muñeca, el primero, y a conectarme una bolsa de suero, el segundo, mientras me informaba (aunque yo ya lo sabía) que me suministrarían anestesia local, más un sedante fuerte. De hecho, Antonelli me lo había presentado diciéndome «él es el que te va a ‘poner en órbita’ para que la pases lo mejor posible.»

A los pocos minutos de que el cirujano terminara de rasurarme, del lado opuesto el anestesista me informó de que comenaría a sentir un leve mareo. Segundos antes yo había podido ver cómo la bolsa de suero había comenzado a gotear intensamente luego de que él liberara el paso del fluido por el tubo. Recuerdo que no habrán pasado más de 30 segundos desde el aviso hasta que, efectivamente, unos crecientes mareos me hicieron sentir que estaba acostado en un barco. Fiel a mi vocación de informador, dije «estoy comenzando a sentirlos».

Es lo último que recuerdo.

La sensación siguiente fue la de un despertar lento y hondo. Recuerdo las voces de Antonelli y de su asistente conversando. Se oían lejanas al principio, sin que yo pudiera entender qué decían; hasta que poco a poco fueron acercándose y volviéndose más claras. Entreabrí un ojo y advertí que tenía la cara cubierta por una sábana verde. Recuerdo que la primera sensación fue la de querer seguir dormido. No sabía cuánto tiempo más debería pasar, pero inmediatamente recordé a Antonelli diciéndome, en la sala de diálisis, «la cosa durará una dos horitas». Le pregunté «¿Tanto? La primera vez no tardaron tanto…» Y me respondió «es que soy lento».

Los primeros minutos me dediqué a escuchar qué decían. Me sentí com o cuando era pibe y me hacía el dormido para «espiar» qué decían los mayores. Pero esta vez no pude entender mucho (era toda terminología médica), y de lo que entendí no encontré nada de demasiado valor. Todo versaba, al parecer, sobre la operación. Me inquietaba no poder encontrar indicios que me dejaran saber si todo había salido bien o no. Poco a poco comencé a sentir leves tironcitos y golpes en la muñeca izquierda, y deduje algo medianamente inquietante: que los efectos de la anestesia local se estaban disipando, y que me estaban suturando. Agradecí no sentir ni ver, aunque comencé a desear que la lentitud de Antonelli fuera más rápida que los efectos de la anestesia.

Recuerdo que en un par de oportunidades hasta sonó el celular del cirujano. Atendió las llamadas, indicando a su interlocutor que estaba en operación y que lo llamaría «más tarde» (eso también me inquietó: no había indicios de cuánto más estarían suturándome)  y cortó, sin más referencia a las llamadas.

A esas alturas comencé a sentir una sensación a mitad de camino entre la urgencia y la asfixia. No podìa ver nada; no sabía cuánto les faltaba para terminar, desconocía en cuánto tiempo más se me terminaría el efecto de la anestesia, mientras sentía ya un molesto dolor de espaldas, seguramente por el tiempo que llevaba en esa posición.

Afortunadamente ese minicalvario no duró mucho. En un momento giré la cabeza hacia mi derecha y me encontré con la mirada del anestesista, quien me miraba como si yo estuviese dentro de una carpa. Me hizo un gesto con los brazos que a mí se me antojó como «sefiní», y se apresuró a aclararme «ya está, ya terminaron».

Pero no terminaban. Habrán pasado dos o tres minutos más hasta de que pronto la luz me invadió. Antonelli me sonrió y me dijo que estaba todo bien, y que en cuanto quisiera me incorporara lentamente. Lo hice: apenas un leve mareo. Me senté en la camilla, aspiré hondo y bajé otra vez al mundo. O al purgatorio.

Las indicaciones y los efectos

Volví a la pequeña antesala en la que me había desvestido. Allí estaba mi ropa, prolijamente embolsada. Me vestí mientras cada tanto pasaban por allí técnicos y enfermeras, vestidos rigurosamente con los camisolines y cofias que se usan en esos lugares.

Al rato apareció Antonelli, quien me indicó que evitara mojar la zona de la operación. Tenía (y tengo) una gasa rectangular de unos 10 centìmetros de largo por unos 5 de ancho, sujetada con cinta adhesiva. Me dijo que a los tres días pasaría a verme por el centro de diálisis, me preguntó si alguien había venido conmigo, le dije que sí, mi mujer, y se fue, para pedir que le avisaran que todo había salido bien.

A los cinco minutos la hicieron pasar a Lucía, qien se alegró por verme bien; vino un camillero con una silla de ruedas, y me llevaron hasta la puerta, donde finalmente nos subimos a un taxi.

Antes de irnos, Antonelli me dijo que no manejara por tres días y que evitara hacer esfuerzos por al menos 15. Como efectos, el más notorio fue el dolor (aunque no tan intenso ni duradero como el de la primera vez) y una sensación de fuerte adormecimiento en los dedos pulgar e índice izquierdos.

Al día siguiente tuve que ir a diálisis, como si nada. Pero por suerte no fue un problema. Uno de los médicos me dijo, ante mi consulta, que el adormecimiento seguramente es producto de un cambio en la irrigación sanguínea de la zona. «La sangre, luego de esta segunda anastomosis, evidentemente se está yendo hacia la vena, tal como era el objetivo, y se generó un déficit de irrigación en la zona que sentís adormecida. Pero quedate tranquilo que con el tiempo los vasos de ese área solitos van a engrosarse para que no haya una falta de oxigenación: de hecho, te está pasando lo mismo que cuando se te duerme un brazo por tenerlo en mala posición al dormir».

Esperemos que así sea: es bastante desagradable la sensación de tener cubiertos de una capa de goma la parte superior de dos dedos de la mano izquierda.

Pero en síntesis puedo decir que el dolor se banca bastante bien, aunque, de hecho, hay. No estoy en condiciones de ir a trabajar todavía: hará una hora y media que estoy en un locutorio escribiendo este post, y ya se me hinchó la mano.

Es así: el cuerpo impone sus límites. Y hay que respetarlo.

2 respuestas to “LOS RESULTADOS DE LA OPERACIÓN”

  1. abel said

    Hola,
    Animo con esa fistula.
    Me resulta curioso que te anestesiaran completamente. A mí solo me durmieron el antebrazo. De hecho estuve hablando con la enfermera del olor a carne asada que había debido al bisturí (cortaba y cauterizaba a la vez).
    Animo otra vez

  2. rosa gonzalez roman said

    hola ami marido lo van a dialisar me dicen que ya nadamas ponen un cateter por dentro para hacer funcionar los riñones y que ya no te ponen la bolsa por fuera del cuerpo es cierto porque mi marido tiene mucho miedo a ser operado por favor mandemen una respuesta urgente ya que de eso depende mi vida familiar gracias

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